Nacionales 28 de Abril de 2021

“Es bueno no saber hacia dónde nos conduce todo esto”

El reconocido terapeuta y escritor estadounidense Thomas Moore se refirió a la pandemia, la vida y la necesidad de cuidar, más que nunca, de nuestra alma, respondiendo a la gran pregunta que hoy muchos de nosotros nos hacemos: ¿dónde habita lo trascendente de esta experiencia?
“Es bueno no saber hacia dónde nos conduce todo esto”

Por: Revista Sophia

Hace algunos años tuvimos la oportunidad de entrevistarlo por primera vez. Desde entonces, Thomas Moore, el gran escritor estadounidense que revolucionó el mercado editorial de la mano de de libros de espiritualidad, mitos y psicología, nos recuerda. “Suelo decirles a mis amigos que hay en Argentina un medio que se llama Sophia y se ocupa de las cosas importantes”, dice al momento de aceptar, gustoso, esta nueva charla. Es viernes por la tarde y, con genuina alegría, atiende la videollamada desde uno de los rincones sagrados de su casa: la biblioteca.

Confinado desde marzo, asegura que la pandemia no apagó su vitalidad, mucho menos sus ganas de escribir. Al resguardo del hogar, y a pesar de lo que dicen las noticias, confiesa que su alma “se encuentra muy bien” porque lo acompañan su hija Ajeet Kaur, cantante de música espiritual, y su mujer, Hari Kirin, pintora e instructora de yoga. Amor, arte y naturaleza, todo eso que este autor –también teólogo, músico y terapeuta– describe como el alimento esencial para transitar una vida con alma.

Así lo manifiesta en Alma sin edad (Oceano), su último libro, donde habla del significativo y a la vez complejo proceso de envejecer: “Es momento para la alquimia: para observar la vasija de cristal del recuerdo y recapitular los sucesos una y otra vez, y así liberar su belleza, tristeza y sentido eterno. A esto se le llama hacer alma. Redondea el proceso en el que uno se convierte en individuo y, de hecho, quizás sea la parte más importante. Hay tanto que hacer que no implica actividades frenéticas, con un objetivo en mente, de tiempo limitado, heroicas y exigentes“.

–¿Qué reflexión le merece todo esto que estamos viviendo?

–Pienso muchas cosas… Una de ellas es que pareciera ser que, a lo largo del tiempo, las generaciones han debido enfrentar algo muy difícil. Yo nací durante la Segunda Guerra Mundial y mi abuela, que crió a seis hijos durante la Gran Depresión, me contó que fue demasiado complicado. Cada generación tiene que enfrentar alguna dificultad y siento que esta es la nuestra. Tenemos que verlo de esa manera: es nuestro destino, así somos y depende de nosotros lidiar con esta pandemia con coraje e imaginación. Pero, sobre todo, verla como una oportunidad de transformación.

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–Sin embargo, a veces sentimos que estamos perdidos en medio del desierto…

–Y esa es la parte interesante, porque nos sentimos en el medio de algo, pero no sabemos realmente de qué ni a dónde nos lleva. Es complejo para las personas pararnos en ese lugar porque, aunque nos referimos a eso en nuestra vida espiritual, nos resulta muy difícil vivir en el misterio. Tenemos que aprender a estar aquí sin saber. El teólogo Nicolas de Cusa dijo, en el siglo XV, que debemos tener una “ignorancia santa que nos impulse a buscar”. No saber ciertas cosas nos ayudará a desarrollar nuestro carácter espiritual.

–En medio de tanto miedo, dolor y soledad, ¿cómo empezar esa búsqueda?

–Primero, ampliando la mirada. Si lo único que vemos son las noticias, será demasiado pequeño para nuestro espíritu y nos creará una enorme ansiedad. Solo podemos ser pacientes y a la vez tener una visión mayor y comprender que la vida continúa. Recientemente estaba leyendo sobre Isaac Newton que, cuando la Gran Peste llegó a Inglaterra, tuvo que confinarse durante dos años. Fue desde el encierro que desarrolló sus geniales hallazgos. Ayuda conocer la historia de otras personas que han pasado por lo mismo para darnos cuenta de que esto también es parte de la vida y pasará. Y a la vez comprender que, si lo manejamos bien, nos convertiremos en mejores personas y haremos grandes descubrimientos.

–¿Cómo puede la espiritualidad ayudarnos en esa aventura?

–Bueno, para tener una visión amplia necesitamos mejores “fuentes”. Si no, no podemos llegar a Sophia, no tendremos esa sabiduría jamás. Esa es la respuesta para estar en el mundo de una manera más grande y más profunda, más misteriosa. Por eso, es un tiempo maravilloso para aprender de la naturaleza y comprender que es más grande que nosotros. Esos árboles que estoy viendo a través de la ventana han estado ahí desde antes de que yo naciera y seguirán después de mí. Saberlo ayuda a tomar perspectiva. Ni siquiera hay que pedirle claridad en la cabeza, alcanza con sentir que, a pesar del tiempo y de los desafíos, la vida continúa. Eso nos dará esperanza.

–¿Qué otras experiencias resultan valiosas en tiempos difíciles?

–El arte, es bueno volver a él. Mirar pinturas, escuchar música, leer. De verdad ayuda. Hacer algo artístico usando nuestras manos también es una buena idea: es la manera de sentirnos conectados con un mundo más grande que el de los sucesos diarios, porque el arte nos expande y a la vez nos baja a la tierra. También es fundamental estar con la familia y los amigos. En mis estudios sobre el alma encontré que lo más importante que uno puede darse a sí mismo es el sentimiento de comunidad. Es un tiempo en el que podemos estar con nuestros seres queridos a través del correo electrónico o de las videollamadas, y es un gran momento para recuperar o reparar relaciones dañadas.

–¿Cómo ve a las personas actualmente?

–Noto un nivel muy alto de ansiedad y oscuridad, como nunca antes había visto (hace una mueca de pena). Lo entiendo, está ahí, pero hace que todo sea más complicado porque incrementa las emociones difíciles. Está muy bien estar triste, y es necesario, pero también es muy importante tener una actitud positiva, ser optimista. Claro que para desarrollar el optimismo se necesitan esas fuentes de las que te hablaba antes. Y esas “fuentes” no son los líderes del mundo, ciertamente…

–¿Cuál es el mensaje para la gente mayor que hoy se siente tan vulnerable?

–Que siempre es bueno cuidarse, pero que la vida merece ser vivida con coraje. Tengo un buen amigo que cumplió 90 antes de que comenzara el confinamiento, de hecho tuve la suerte de poder ir a su fiesta. Hace poco me llamó por teléfono y de lo único que quería hablar era del libro que está escribiendo. No dijo nada acerca del virus, solo me pedía que lo ayudara con la corrección y la publicación. Me gustó escucharlo, no había nada en él que se estuviera apagando por la pandemia a pesar de su edad. No creo que, necesariamente, una persona mayor deba sentirse más preocupada y negativa ante esta situación que alguien más joven.

La interminable búsqueda del sentido

“Algunas personas acumulan años, sin embargo sus interacciones con el mundo siguen siendo inmaduras. Permanecen centradas en ellas mismas. Eluden la empatía y el sentido de comunidad. No pueden ser francas con otras personas. Es probable que alberguen resentimiento u otras emociones complejas que arraigaron en ellos desde la infancia. Tienen experiencias, pero no maduran. Cumplen años, pero no envejecen”, señala Moore en su libro y resalta la importancia, o más bien el deber, de pasar por la vida transformándonos. Como en ese pasaje donde invita a dejar de ser gusanos para convertirnos en mariposas dándonos a luz en una nueva y mejor versión sin negar, sin embargo, nuestras sombras ni aquello que fuimos.

–¿De qué depende cómo una persona se enfrenta a los retos?

–Todo depende de cómo esa persona ha vivido. Siempre hay dificultades y debemos enfrentar desafíos que nos acobardan. Accidentes, enfermedades, pérdidas de seres queridos, separaciones. La manera en que uno maneja todo eso es igual a cómo lo hace con el coronavirus. Mi trabajo como terapeuta consiste en contar que siempre es una buena idea mirar la vida en retrospectiva para ver cómo se han logrado atravesar los desafíos del pasado, aunque uno no lo haya hecho del todo bien en ciertas circunstancias. Es bueno preguntarnos qué podríamos haber hecho mejor y reflexionar sobre cómo aquellas experiencias pueden servirnos en el presente. El pasado nos trajo hasta aquí, es nuestra historia que se repite hasta hoy. Ayuda reflexionar sobre lo vivido: solo sabremos quiénes somos una vez que nos detengamos a mirar todo aquello con lo que hemos lidiado. Porque, probablemente, le hemos dedicado una insana ansiedad a todos esos problemas de los que al fin y al cabo logramos salir.

–Usted asegura que a lo largo de la vida las personas podemos perder el alma, ¿cómo ocurre algo así?

–Dejando de prestar atención. Debes concentrarte en que llevar tu alma contigo sea la cosa más importante de tu vida. ¿Qué significa eso? Hacer cosas con alma: vivir en el lugar correcto y estar seguro de que vives por aquello que necesitas para vivir. Con eso me refiero a estar físicamente en los lugares correctos, ya sea un país, una ciudad, un pueblo, un barrio, una casa, un trabajo. Suena al camino óctuple del budismo, ¿verdad? (N. de la R.: Se refiere a los pasos del Noble Camino Óctuple). Pero, sobre todo, la cuestión es tener las relaciones correctas, asegurándonos de construir una familia alrededor, aunque no sea de sangre. Cuando hay sentimiento de familia aparece un fuerte sentido del hogar vayas donde vayas.

–¿Y cómo se construye una vida espiritual?

–Todos tenemos sentido de trascendencia. No hace falta que uno crea en algo ni que participe de una organización o comunidad religiosa en particular. Los seres humanos solo necesitamos existir espiritualmente a través de una mirada amplia y contemplativa. Eso se logra caminando, meditando, andando en bicicleta o en bote, no importa, alcanza con mirar alrededor, que es lo que te permite llevar tu alma a través de la vida. Por eso, es un buen momento para ver si estamos prestándole la debida atención a esas cosas.

–Uno escucha siempre que hay gente hablando de cuidar el cuerpo, pero pocos nos dicen cómo es el cuidado del alma…

–¡Ustedes lo hacen!

–¡Gracias a autores como usted! ¿Por qué eligió escribir sobre eso?

–Escuché la palabra “alma” por primera vez cuando era muy pequeño, en la iglesia. Y cuando estaba en el monasterio hablábamos muchísimo del tema (N. de la R.: ingresó con apenas 13 años decidido a ser sacerdote, pero luego abandonó la idea). Allí me encontré por primera vez con Noche oscura del alma. Más tarde, en la universidad, llegó Carl Jung, a quien leí intensamente. Aquí tengo todos sus libros (señala un estante completo de la biblioteca). Hay muchos trabajos sobre el alma, yo no la inventé ni empezó con mis libros, obviamente. Quizás, la diferencia fue que yo comencé a escribir sobre ella para las personas comunes, no solo para los académicos.

–Y eligió una forma particular de hacerlo, a través de relatos sobre su propia vida.

–Es que, como escritor, hay algunas cosas sobre las que quiero ser muy claro y por eso recurro a historias personales y elijo el lenguaje sencillo. Mi padre era plomero, no provengo de una familia de pensadores, en mi casa comíamos de arreglar caños. Quizás por eso mi voz interior me dice que escriba para todas las personas. Aun cuando he estudiado mucho y me interesan las grandes ideas, me encanta comunicarme. Mi padre solía leer mis libros y me decía cuáles eran las palabras que no entendía, entonces yo las cambiaba por otras. Eso me ayudaba mucho porque nunca quise quedar afuera del alcance de las personas.

–En su último libro habla de la importancia de llevar todas nuestras edades mientras envejecemos, ¿qué significa eso?

–Que sentir la vejez y la juventud al mismo tiempo es señal de que uno está envejeciendo bien. Mi padre, por ejemplo, llegó a los 100 y siempre, hasta el final, fue un hombre muy joven; la gente le daba mucha menos edad. Llegué a mi propia adultez mirándolo de cerca y pude ver cómo su edad cronológica y la edad de su alma no coincidían. Eso es lo que hace más rica a la ancianidad: si al envejecer llevamos todas nuestras edades con nosotros, y estamos bien con eso, entonces será de gran ayuda, no solo ser esa persona que ha envejecido, sino además nunca dejar de ser todos los que fuimos alguna vez.

–¿Está trabajando en algún nuevo libro? ¡Sé que siempre lo está!

–(Se ríe) Claro que sí, es lo que siempre hago y este es sin duda un tiempo maravilloso para escribir. Mi nuevo libro saldrá el próximo año y se llamará Soul Therapy (Terapia del Alma). Habla de temas que me planteo a menudo como profesional, como la importancia de llevar adelante una terapia desde otro lugar y está dedicado a los terapeutas, pero también a todos aquellos que hacen de terapeutas cuando escuchan, acompañan y dan consejo a otros. Piensen en eso cuando hablen con sus amigos, con sus familiares; en cuán importante es brindarles tiempo, escucha y comprensión.

­–¿Cuál es el mensaje que nunca debemos desoír?

–Que necesitamos hacer un trabajo con alma, no solo a nivel individual, sino también colectivo. Hay mucha locura en el mundo y hoy lo importante en la sociedad está al revés de lo que es importante en la vida. En un mundo sin alma las cosas a las que nos aferramos no son reales, sino que representan otra cosa. Un mundo sin alma está lleno de caprichos como las guerras, por ejemplo.

–¿Se siente esperanzado a pesar de todo?

–Oh, sí, ¡soy un optimista! Y de verdad creo que cada vez lo estamos haciendo un poco mejor, hay algunos avances. Como este despertar contra el racismo y el sexismo que estamos viendo, esas sombras del alma que nos alejan de la consciencia y el entendimiento. Que ustedes estén intentando llevar valores al mundo es muy importante y estoy seguro de que tendrá su impacto. Esas cosas me hacen sentir mucha esperanza.

–¿Qué le gustaría que su familia, sus amigos, sus pacientes y sus lectores aprendan de usted?

–Bueno, ojalá puedan aprender de mí una manera diferente de ver las cosas. Eso es lo que yo he recibido de mis propios aprendizajes. De hecho, sigo viviendo en ellos: lo que aprendí en el monasterio hoy está aquí en mi casa. En mis estudios de música, teología, psicología y arte encontré una mezcla particular, rica y valiosa, un regalo que intento compartir con la gente que me rodea para que pueda encontrar una visión más amplia, pero singular y muy propia a la vez.

–¿Qué le diría hoy a Thomas Moore de niño?

–Que la vida será muy feliz y no debe preocuparse tanto. Que aunque lleve tiempo, las cosas funcionarán. Tenía 50 cuando nació mi hija y lo mismo cuando publiqué mi libro El cuidado del alma. Parece un poco tarde, ¿no? Quisiera asegurarme de que el niño que fui sepa que solo debe esperar y aprender a disfrutar de la vida sin tantas preocupaciones.

–Por último, ¿podría compartirnos un mito o una historia que nos ayude a transitar mejor este tiempo?

–Una de mis favoritas es Rapúnzel. Su nombre, en alemán, significa “rapónchigo”, que es una planta cuya raíz parece una zanahoria y crece en la tierra. ¿Por qué esta historia? Porque en la vida hay tres partes: un mundo superior, donde se expresa la vida espiritual; un mundo subterráneo, con una memoria y sentimientos muy profundos; y luego está el suelo, justo debajo de la superficie, la tierra. Hay espíritus allí, hay cuevas, hay serpientes. Es el lugar donde habita nuestra alma. Rapúnzel era un ser de la tierra. Cuando nació, le dieron ese nombre porque su madre amó tanto a ese vegetal que quería comer de él tanto cuanto pudiera. Entonces su padre fue a robarlo al jardín de una vecina, que era una bruja. Al verlo, la bruja le dijo que, si tanto amaba a su mujer, le llevara el vegetal pero, a cambio, ella se llevaría a la niña a vivir con ella cuando cumpliera los 12. Y así fue como, tiempo después, la bruja encerró a la niña en la torre sin que sus padres pudieran hacer nada.

Este relato aplica a lo que nos pasa hoy: tenemos el secreto deseo de alcanzar la tierra pero vivimos en una torre, a merced de la bruja. Aislados, sin que nadie pueda visitarnos, separados. Sirve recordar que Rapúnzel se salva expresándose a través del arte, cuando el príncipe la escucha cantar. Y una de las lecciones de la historia es que debemos recuperar el contacto con la tierra, con la naturaleza. Somos criaturas terrenales. No estamos por sobre la tierra, debemos habitarla humildemente y también darnos cuenta de que este planeta del que somos parte es una madre que nos cobija: la Tierra es nuestra madre y las madres son la Tierra porque dan vida. Es una buena historia para salir del encierro y recuperar nuestra terrenalidad, sentirla, no tener miedo de volver a ella. No creo en la demanda moral de ‘tener que cuidar el planeta’, sino en la necesidad de volver a sentirnos vegetales.

Por María Eugenia Sidoti para Revista Sophia

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