

Por: Ezequiel Villanueva
Sostener la memoria triste de los días de marzo,
ese nudo “entre la pena y la nada”. En el que vivimos pena.
En el que elegimos pena. En el que rechazamos nada.
No tener hermanos desaparecidos, no
haber sido encarcelada, no
haber estado exiliada, no
tener que buscar hora a hora a un hijo, a un nieto, a un amigo,
a una hermana. No.
Pero. Repasar lo bravo de aprender a esconder
lo que se pensaba; de sentirse en pánico
cuando a tal lo encontraban muerto, muerta, desaparecida su infinita magia.
Hablábamos poco o hablábamos del miedo.
Nos preguntábamos.
Cómo. Sí, cómo, el pibe que fue al Colegio con tu hermano, la amiga de tal
que vivía en aquel departamento. Qué, cuándo,
quiénes… le robaron el alma.
Cada marzo pasar otra vez por la ceremonia de
enterrar libros en un campito; regresar callados, hondos,
tormentosos;
guardar honda pero segura la conciencia de clase y
de derechos y
de humanas formas para la sociedad.
Recordar aquel transpirar completos
cuando subían los milicos a pedir documentos en el colectivo
porque “los amigos del barrio pueden desaparecer
los que están en la calle pueden…”
Estar o no estar, no importa, en una lista negra o blanca o roja, por
amiga, por lo dicho, por
lo hecho, por vecina, por
estudiante, por…
O, por noche, por estrella, por velero.
Escuchar disparos, redadas, ver las
balas incrustadas en el barrio de la Universidad.
Recordar el comentario corto y escondido sobre la muerte. Quién,
por Dios -¿qué dios? ¿cuál dios? ¿quién jugaba a ser dios?-, quién
no había podido escapar, seguir, pensar, ser libre, vivir.
Cada marzo recordar que el documento se destruía
en el bolsillo del vaquero
porque para entrar a la Uni te lo pedían y ahí quedabas
sin nombre y sin patria
hasta la salida de la clase de matemática… Mientras As.. entraba y salía con su sonrisa
cínica, impávido el rostro;
su mano que señalaba blanca blanca,
ángel adiestrado para aquel horror.
Angustia por los que no sobrevivieron, por
los que sí sobrevivieron a persecuciones y al encierro, por
las familias, las Madres, las Abuelas, por
Hijos, por
los exiliados, por
nosotros, aquellos jóvenes que en algún momento clandestino fuimos fábrica,
fuimos marcha, fuimos lectores con avidez de enamorados.
Habremos estado en una lista y nunca lo supimos. Nunca.
Si fue por un segundo, por
una hora, por unos kilómetros, por
un detalle imperceptible de aquel algoritmo negro que
siguió la vida, que seguimos los que seguimos de una generación ardida.
Y sin embargo cada marzo volvemos a creer en
la victoria de lo humano y lo amoroso.
Pero
sólo recordando. Pero sólo con memoria de la historia. Pero
sólo sensibles y esperanzados. Pero
sólo justos. Pero sólo libres.
Pero nunca más.
.Susana
..
Foto: Rubén Alejandro Yonzo